Queridos hijos,
Hoy, en este momento en el que el tiempo se detiene y nuestras almas se encuentran, quiero compartir con ustedes lo que late en lo más profundo de mi corazón. Cada uno de ustedes, con su luz única y su encanto especial, ha transformado mi mundo en un jardín de amor y alegría.
Desde el primer instante en que sostuve sus pequeñas manos hasta este día, han sido mi fuente constante de inspiración y orgullo. Vuestras sonrisas iluminan mis días más oscuros, y vuestros abrazos son el refugio al que siempre vuelvo en medio de las tormentas.
Observar cómo crecen, cómo exploran el mundo con ojos curiosos y cómo enfrentan los desafíos con valentía, me llena de asombro y admiración. En cada paso que dan, en cada logro que alcanzan, veo reflejado el amor, la determinación y la bondad que llevan dentro.
No importa cuánto tiempo pase, nunca olviden que siempre estaré aquí para ustedes, como una roca firme en medio del océano de la vida. Mis brazos siempre estarán abiertos para abrazarlos en los momentos felices y en los momentos difíciles, para secar sus lágrimas y compartir sus alegrías.
Recuerden siempre que son amados más allá de las palabras, más allá del tiempo y del espacio. Ustedes son mi mayor tesoro, mi razón de ser, mi mayor bendición.
Que la vida les regale siempre momentos de dicha y realización, y que encuentren en cada paso que den el amor y el apoyo que necesiten. Que sigan brillando con la luz única que los hace tan especiales, y que nunca olviden el amor incondicional que les tengo.
Con todo mi amor y gratitud,
Papá